Uno de los mejores lugares por donde empezar la visita es el monasterio de Santa María la Real, uno de sus monumentos más emblemáticos. El monasterio aparece citado ya en documentos del siglo XI, lo que retrotrae su existencia casi hasta los mismos orígenes de la población medieval. Allí podemos recorrer el claustro, construido al más puro estilo cisterciense, en el siglo XIII, y detenernos en la sala capitular, rehecha por los premostratenses en 1209.
A los pies del castillo, como levitando en un estado
intermedio entre las alturas de las fortaleza y el piso llano sobre el que se
extiende la población, queda la ermita de Santa Cecilia, uno de los edificios
más destacados del románico palentino. Por fuera, de su estampa armoniosa y bien
proporcionada destaca su torre cuadrangular, de tres cuerpos y ventanas
geminadas en el superior. La subida al castillo, ahora o en otro momento del
recorrido, puede emprenderse por unas escalinatas desde la explanada en la que
está la ermita.
Desde esa fortaleza, que ofrece una bella panorámica de
Aguilar y el alucinante telón de fondo que son las mesetas de Las Tuerces y La
Pata del Cid, partía el cinturón protector de sus murallas. Tras ellas fue
tomando forma la población medieval y aún hoy es posible rastrear aquel
murallón defensivo en distintos puntos de la localidad. También seis de las
siete puertas que tuvo. La de Reinosa, tal vez la más monumental de todas, es
un arco del siglo XIV ante el que era obligado el pago de tasas para las
mercancías que pretendían introducirse en la localidad procedentes de la costa
y la montaña.
Si usamos esta vía de entrada al casco histórico enseguida pasamos ante el palacio de los Velarde, buen ejemplo de la arquitectura señorial montañesa, de contundentes sillares y espesa escudería señoreando las fachadas. Casi enfrente se abre la calle Tobalina, que alcanza hasta la puerta del mismo nombre y en la que se localizan también buenas muestras de arquitectura civil montañesa. La otra calle convergente en la puerta de Tobalina, que atraviesa lo que fuera la importante judería aguilarense, devuelve hacia el cogollo histórico a la altura del arco del palacio inacabado del marqués de Villatorre. Desde él, una calle que bordea la cabecera de la colegiata de San Miguel por su lado izquierdo conduce hasta la puerta del Hospital.
La colegiata se abre hacia el gran desahogo urbano que es la
plaza de España, perfilada por la larga hilera de galerías acristaladas de aires
cantábricos y los amplios soportales que, por tres de sus costados, permiten el
discurrir de la vida cotidiana sin el acoso del duro clima invernal que campea
durante tantos meses al año. El máximo exponente del poder civil durante la
Edad Media queda representado por el sólido palacio de los marqueses de
Aguilar, fácilmente identificable por la solidez de sus piedras, la larga
fachada a la que se asoman hasta once balcones y, cómo no, sus escudos
señoriales. El poder eclesiástico lo representa la colegiata de San Miguel, un
compendio de estilos artísticos al que no le falta prácticamente ninguno: tres
naves de origen visigodo, trazas y puerta románica, gótico en lo fundamental,
dos cuerpos de la torre herrerianos y un bello retablo mayor renacentista de la
escuela burgalesa.
En el lado opuesto al de la colegiata una calle muy corta asoma a las orillas del río y la puerta de la Cascajera.
Desde ahí comienza el
Paseo de la Cascajera que corre agradablemente paralelo al rio Pisuerga. Casí
al final encontramos el bar Al Socayo, con una agradable terraza y unos pinchos
de tortilla muy ricos.
Al lado, arranca uno de los tramos mejor conservados de la
muralla, desde donde comienza el paseo del Monasterio, una avenida arbolada que
finaliza en el Monasterio.
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