El Ingenio
“Guáimaro” Ubicado en el Valle de los Ingenios, en el municipio de Trinidad en
la provincia de Sancti Spíritus, joya de la arquitectura colonial del siglo
XIX.
El Valle de los
Ingenios tuvo en lo que fuera la hacienda de Guáimaro, perteneciente al partido
de Palmarejo (antigua división administrativa) uno de los “colosos” que
ayudaron a forjar la leyenda de fortunas trinitarias, y colocar a Trinidad en
la primera mitad del siglo XIX entre las tres primeras ciudades de Cuba por
importancia.
Este ingenio
llega a tener en 1830 una dotación de 300 esclavos hombres. En un plano
realizado en el año 1857, aparece representado este ingenio con un poblado de
esclavos, que al igual que en Manaca-Iznaga, fue levantado de embarrado y
guano, pero situado en la ladera de la loma que servía de base a la gran casa
de vivienda. Tanto el agrimensor Francisco Lavallee (183?), como Francisco
Laplante (1857), reflejaron en su obra al ingenio Guáimaro. En ambas
representaciones se pueden observar perfectamente los bohíos de los esclavos,
ubicados ordenadamente al pie de la loma, “situados en terreno alto y seco,
aseados y cómodos”; fueron levantados 32 de ellos y, al igual que los de
Manaca-Iznaga, fueron construidos de mampostería y tejas.
El ingenio
Guáimaro, poseía 84 caballerías, la primera noticia sobre este data de 1788, En
1827 logró la zafra más alta del mundo en su época: 82 000 @ de azúcar
mascabada y purgada, (más de 900 t), con cuyo beneficio José Mariano Borrell
construyó un palacio en las calles del Desengaño y Peña, hoy conocido por el
nombre de Palacio Cantero.
A diferencia de
la casa del ingenio de Buena Vista, desde el punto de vista cronológico, las
casas de viviendas del valle por lo general, corresponden a fines del siglo
XVIII y las primeras décadas del XIX. Entre ellas la de Guáimaro es
representativa de los usos constructivos generalizados en la ciudad de Trinidad
a fines del siglo XVIII y principios del siglo XIX.
Casi todas han
sido transformadas en alguna medida, sin que ello afecte de modo sustancial la
integridad tipológica de estas construcciones, con la salvedad de Güinía de
Soto, remodelada a la manera ecléctica en el siglo XX y Manacas-Iznaga cuyo
portal fue modificado y reconstruido cuando la restauración de la casa.
En todos los
casos, son casas bien sólidas, construidas con mampostería y cubiertas con
techos de madera, y están emplazadas en lugares privilegiados desde el punto de
vista de la relación visual a establecer desde la casa hacia el entorno,
aprovechando pequeñas elevaciones para el asentamiento, cuyo mejor ejemplo es
el de Buena Vista. El portal es el elemento que distingue, por sobre otros, a esta
vivienda, está adosado a la fachada principal y sostenido por pilares que, a su
vez, sostienen una serie de arcos. El portal está techado con azoteas y los
frentes se rematan en cornisa y pretil.
En Guáimaro, los
corredores de los costados tienen horcones y están cubiertos con techos a la
manera de colgadizos.
La presunción de
que el portal en arcos sobre pilares de Guáimaro es una adición y modificación
posterior se apoya en el modo en que este portal encaja sobre la fachada y su
relación con el resto de los corredores. Las ventanas son protegidas con
barrotes de madera y rematadas con cornisas y molduras similares a las que se
aprecian en muchas de las viviendas de Trinidad.
En cuanto a la
planimetría, estas casas aportan una configuración singular, como fórmula de
adecuación a funciones distintas y a una nueva relación con el entorno. El
núcleo principal de estas casas está formado por dos crujías, por los general
compartidas cada una en tres estancias. Ello define un rectángulo, de igual
disposición al que encontramos en las casas de la ciudad desde el siglo XVIII
al XIX. Sin embargo, dicho rectángulo se inscribe como centro de otro
rectángulo de mayores dimensiones, por lo general abierto al frente y fondo en
forma de corredores y cerrado en los costados dando lugar a nuevos espacios que
representan un acrecentamiento espacial en sentido perimetral. Es probable que
este esquema sea la resultante orgánica y natural de una casa que, en
principio, renuncia a los martillos y, por consecuencia, al patio central y,
por el contrario, se abre en todas direcciones hacia el medio circundante.
Es, también
deducible que estos nuevos espacios incorporados a las casas estuvieron
destinados a alguna función de entretenimiento, trabajo o almacenaje de enseres
o víveres. Los últimos moradores, hasta hace relativamente poco, de esta
vivienda de Guáimaro le llaman a uno de estos espacios “la oficina”. Se conoce,
además, que uno de los mismos estuvo originalmente destinado a capilla, cuya
entrada se encuentra debidamente realzada con una portada anillada.
El rectángulo
perimetral se inserta alrededor del núcleo básico que, en este caso, ha
asimilado como parte de si las dependencias laterales que en Magua encontramos
formando parte del rectángulo perimetral. Alrededor de este núcleo central
conformado entonces por cinco dependencias en la primera crujía y posiblemente
tres en la segunda, con la estancia central abierta en arcos hacia afuera, se
desarrollan los corredores por los cuatro lados de la vivienda. Aunque esta
vivienda es edificada a fines del XVIII, a principios del siglo XIX fue
ampliada en sus laterales, con el añadido de las “oficinas” y la sustitución de
los horcones de madera, similares a los de las fachadas laterales y trasera,
por los arcos sobre pilares en la fachada principal.
La tercera
generación de la famila Borrell, José Mariano Borrell y Lemus es quien da la
forma definitiva a esta hermosa vivienda que ha llegado a nuestros días, este
contrata al celebre arquitecto, decorador y pintor italiano radicado en Cuba:
Daniel Dall Aglio, autor del Teatro Sauto y la Iglesia de San Pedro Apóstol
ambas obras en Matanzas, para la decoración interior de la casa de vivienda del
ingenio Guáimaro, trabajos que para febrero de 1859 ya había finalizado, se
supone que las hiciera en la década del 1840 y que consistieron en uno de los
salones más bellos del país, cubierto de pintura mural desde piso a techo, con
temas Románticos y Neoclásicos a la usanza europea.
Grandes cuadros,
enmarcados con ovas y recuadrados con grecas, como si fueran lienzos colocados
sobre las mismas. Los cuadros representan escenas bucólicas, pastoriles, de
ruinosos castillos, o reproducciones de conjuntos arquitectónicos neoclásicos y
los característicos sauces que se aprecian en las pinturas románticas. La
decoración de los muros, divididos en campos, es muy diferente a las que
calificamos de populares.
La línea
desaparece en favor de los volúmenes, con efectos de perspectiva. Se aprecia el
manejo de una pincelada apretada y apenas perceptible, que forman grandes
manchas en las que la gradación de los tonos es el principal apoyo para la
delimitación de las imágenes. El tratamiento de la luz, en especial, la del
atardecer, es uno de los mejores efectos logrados por estas pinturas.