Surgen alrededor
de 1820 cuando un sacerdote llamado Francisco Vigil de Quiñónez, Francisquito,
decidió contratar a un grupo de niños para que, en las frescas madrugadas del
16 al 24 de diciembre, hicieran un ruido infernal y despertaran a los vecinos
de la villa, que preferían quedarse durmiendo y no participar en las misas de
Aguinaldo. No sabemos con certeza si el joven sacerdote logró el sentido religioso,
pero este alboroto evolucionó y trascendió como una genuina tradición
folklórica que se ha convertido en Fiesta Nacional.
Los niños de
entonces recorrían las calles con pitos, fotutos, matracas, rejas, latas
rellenas con piedras y todo aquello que hiciese un ruido espectacular. Para
esto el pueblo se dividía en ocho barriadas: Camaco, El Cristo, San Salvador,
El carmen, Buenviaje, La Parroquia, Laguna y Bermeja. En 1835 un Regidor, Don
Genaro Manegía, se quejó al ayuntamiento por el ruido que hacía la muchachada,
por lo que se editó un bando que prohibía la salida de ésta antes de la cuatro
de la mañana. Por esa década también se comenzó a salir por las calles y se
hacían especie de serenatas, acompañándose de guitarras y mandolinas. Pero
luego continuó desarrollándose la música bullanguera, que sería el germen del
repique. Se destacó, además, el chivero Gregorio Quin, que apoyaba a los
muchachos de entonces y recorría las calles tocando una corneta mientras su
hijo Eustaquio percutía una atambora.
Hacia 1851 se
formaron dos grandes grupos rivales: El Carmen y San Salvador, capitaneados por
Doña Chana Peña y Doña Rita Rueda respectivamente. Ellas iniciaron la primera
estructura organizativa de la fiesta, demarcándolas. Por un lado aunaron sus
fuerzas La Bermeja, La Parroquia, El Carmen y El Cristo; del otro lado, Laguna,
Buenviaje, San Salvador y Camaco. Pero aún no había competencia entre los
barrios. Aunque existía cierta organización, los mismos no estaban consolidados
definitivamente. Por esta época ambos grupos contaban con un coro de cantores y
tocadores de guitarra, bandurria, arpa, quijada de caballos, botijuela,
corneta, clave y atambora, que salían para animar las festividades.
Se realizan los
concursos de bocetos de Carrozas y Trabajos de Plaza, siempre en el más
absoluto secreto; claro que siempre hay espías que, durante la construcción de
los diferentes elementos competitivos, filtran informaciones. Las directivas
buscan los mecanismos económicos para costear los trabajos de sus barrios y
comienza la gran maquinaria: carpinteros, electricistas, attrezzistas,
vestuaristas, diseñadores, costureros, administradores, compradores,
vendedores, pintores, decoradores, choferes, económicos, los especialistas y
trabajadores del Museo de las Parrandas Remedianas, el pueblo, todo aquí se
vuelca en función del gran acontecimiento anual. Alrededor de una semana antes
del 24 de diciembre comienzan a montarse los Trabajos en la Plaza. Las grúas
van de un lado a otro cargando las enormes piezas y en las calles el pueblo
expectante vibran de emoción a cada instante. Por fin llega el día de las
fiestas.
En la mañana se
parte en peregrinación desde el Museo de las Parrandas Remedianas hasta el cementerio
de la ciudad, donde descansan parranderos ilustres. Es una tradición que
convoca a especialistas, estudiosos, autoridades gubernamentales, los músicos
que integran el Piquete y a todo el pueblo, que se suma al paso de la
procesión. Las banderas de ambos barrios se enarbolan al frente del cortejo y
los músicos interpretan las polkas inmersos en la multitud. Esta especie de
ritual evoca a los parranderos muertos que, homenajeados, acompañarán la fiesta
durante toda la noche.
Entre las cuatro
y las seis de la tarde los barrios alternan una entrada en la Plaza, donde
evolucionan los fuegos artificiales, las rumbas y el arrollao, dando un avance
de lo que acontecerá en la noche. El sonido de trompeta, los toques de paila,
se iluminan los Trabajos de Plaza, se ha iniciado la función, alrededor de la
diez de la noche comienzan las Parrandas con el saludo, entrada donde cada
barrio se presenta con música y fuegos artificiales.
Estas entradas,
en las que evolucionan los elementos, son alternadas por los barrios cada una
hora aproximadamente, alrededor de la media noche se produce una relativa calma
y en la Parroquial Mayor, en medio del escenario, se celebra la Misa de Gallo,
luego continúan las entradas con los más variados fuegos y la música de los
piquetes entonando las rumbas de desafío y las poleas, entre las dos y las
cuatro de la madrugada hacen su entrada las fastuosas carrozas con sus
historias, sus descubrimientos y sus personajes estáticos, en una hierática
representación del cuento narrado.
Es un momento de
clímax, de máxima tensión, el hecho de que puedan o no doblar las esquinas de
la Plaza, otra vez los barrios lanzan sus fuegos artificiales en las dos
últimas entadas de la noche, al amanecer del 25, cuando aún se escucha algún
volador aventurero, los barrios recorren las calles remedianas proclamándose
vencedores mientras entonan las rumbas de victoria al compás de los piquetes.
Esta maravilla del folklore cubano no cuenta con un jurado que elija un
vencedor. Por eso el pueblo es siempre el triunfador, Remedios, engrandeció e
influenció el arte cubano: las Parrandas Remedianas, con su eterna rivalidad
entre dos, se extendieron a otros pueblos y ciudades, y es considerada una de
las tres Fiestas Nacionales de Cuba.